Vistas de página en total

martes, 29 de abril de 2014

A los cuarenta….y tantos



Parece que las cuatro décadas y todo lo que tiene que ver con este mágico hito de la  cronología humana  se ha puesto de moda.  Pues bien, para no ir en contra de la corriente y andar de la mano de “la moda” voy a contarles, ad portas de mis 44 “mayos”, lo que los cuarentas dejaron por aquí, así, sin querer. Oído a la música.

La primera cosa que debo decir es que cumplir cuarenta -los cumplí hace casi 4 años- y llegar a base cuatro, al menos para mí fue de lo más normal. No duele, no arde y mucho menos pica y como solo puedo hablar por lo que a mí me toca seguro que harta gente tendrá muchísimas otras opiniones al respecto. En este caso, es lo que hay y es lo que fue.

Entré a los cuarenta con el 50% de mi familia mermada. Me refiero a mi familia más inmediata, la más cercana, la más frecuente.  Mis viejos, mi tía y yo. Ahora, solo quedamos mamá y yo. Pero no fue solo eso.  Mi transcurrir por los cuarenta me regaló otra tremenda estocada al corazón, luego de la repentina muerte de mi hermana más querida.  Se supone que uno no debería tener “hermanas más queridas” y debería quererlas a todas por igual pero créanme, Lucy era y será por siempre mi hermana más querida.  

Otro de los hermosos regalos de los cuarenta, fue el corazón pisoteado y reventado luego de la que creí, la última y más importante relación de mi vida tras casi nueve años.  Cierto es que pasas por todo proceso conocido como “duelo amoroso”.
 Primero la tan mentada negación que no te deja ver lo que es tan evidente y obvio que hasta José Feliciano se daría cuenta. Luego la ira, la rabia…esa que hace que odies al mundo y a todos aquellos que son o tienen la osadía de querer ser felices ¿cómo se atreven?

Luego llega la negociación  y maquinamos una serie de teorías, una más patética que la que la otra, intentando recuperar lo perdido. No nos cuadra lo que ha pasado, y como existe una alta probabilidad de que “haya sido nuestra culpa”, no tenemos mejor idea que escribir un correo tras otro, uno más estúpido y penoso que el primero, llamar por teléfono millones de veces e incluso, llamar y no hablar, dejar mensajes y una serie de cosas que según nosotros, lograrán solucionarlo todo pero no, no, no.  No solucionan nada de nada.

Detrás de semejantes estupideces, no encuentras mejor camino que el deprimirte y pasártela llorando por “quítame esta paja” y lo único que pasa por tu cabeza es “jamás volveré a amar a nadie como...”  Ojalá existiera un tiempo mínimo o máximo para esto pero no, porque, en palabras de Michael Corleone, “justo cuando creía que estaba fuera, me vuelven a meter dentro”.  Lo bueno es que demora pero finalmente lo logras.  Es cuando llega la aceptación y entras en una especie de estado zen que te pone por encima del bien y el mal.  Te conviertes en “consejera” de las desgracias amorosas de los demás.

Durante la vida, personas entrarán y saldrán y solo se quedarán las verdaderamente valiosas, aquellas sobre las que valdrá la pena incluso escribir.

Los cuarentas me regalaron una serie de cosas increíblemente buenas y por las cuales puedo y debo estar agradecida, amigas y amigos tan queridos algunos de los cuales curiosamente conocí a través de twitter.  No los nombraré porque USTEDES SABEN QUIENES SON y eso es todo lo que importa. Y lo que importa es que ellos saben las razones que nos unieron, las cosas que compartimos, teníamos y tenemos en común y que la verdadera amistad, está por encima de todo.  A ellos les agradezco porque me ayudaron a afrontar y superar uno de los momentos más difíciles de mi vida. 

Formar mi propia empresa fue otro hermoso regalo de los cuarentas que, casi cuatro años después, luego de sus más y sus menos, ha madurado y tomado forma a base de muchísimo esfuerzo y sacrificio y gracias a la confianza y el respeto de amigos, clientes y proveedores.  Yo amo mi profesión, amo mi trabajo y me levanto feliz cada mañana sabiendo que lo que hago me sirve para ser feliz, para hacer felices a otros y puedo vivir de ello.

Otra cosa que me regaló mi ingreso a los cuarenta fue mis muy duramente bajados 16 kilos pero oh sorpresa, los cuarenta y cuatro estuvieron a punto de devolvérmelos. Ah no, lo que se regala, no se devuelve así que ni corta ni perezosa me encargué, en las pasadas nueve semanas, de combatir el dichoso “extra weight” que estos años se dedicaron unilateral, arbitraria y sistemáticamente a devolverme. 

Todo por comer mis deliciosos panes chapla con queso mantecoso, esos que mi herrrrrrmano Guido Muñiz me reclamaba por antojarlo. La culpa fue de mis desayunos de salchicha de Huacho, los ricos y sustanciosos almuerzos de mamá con todas sus maravillas culinarias, los atracones de dulces “pal fin de semana”, los lonches navideños y almuerzos en casa de Pili y claro, la vida sedentaria de trabajadora de oficina. Ahora corro 24 kilómetros semanales y pronto espero que sean 30 kilómetros, esa es mi meta.  Acabo de inscribirme en el gimnasio luego de casi 5 años.  Arranco en unos días y espero volver a alcanzar esos 16 kilos menos que tanto esfuerzo me costó perder. 

Mención especial merece el hecho que, desde que empecé la dieta y a bajar de peso, duermo como bebé recién nacida. Algo que no me pasaba desde….desde recién nacida. Tenía problemas de insomnio fre ga dos y si bien es cierto, el sueño ligero sigo teniéndolo, me es mucho más sencillo conciliarlo nuevamente y dormir de un solo round toda la noche.  Eso antes era IMPOSIBLE.

Lo más importante de este relato que a nadie le importa pero que a mi si me importa, es que incluso ante el peor de los dolores, ante la más estrepitosa de las caídas y todas tus ganas de tirar la toalla, siempre hay una luz al final del camino. Suena trillado y cursi pero es verdad.  Cuánto te demores en llegar depende solo de ti. 


Gracias década de los cuarenta y tantos por lo bueno y también por lo malo porque gracias a eso me hice más fuerte y no hay cosa que me proponga que no pueda lograr.  Escuchaste bien, tu, tu y también tu, no hay nada que no pueda lograr. No hay nada que tu no puedas lograr.