Parece que las cuatro décadas y
todo lo que tiene que ver con este mágico
hito de la cronología humana se ha puesto de moda. Pues bien, para no ir en contra de la
corriente y andar de la mano de “la moda” voy a contarles, ad portas de mis 44 “mayos”,
lo que los cuarentas dejaron por aquí, así, sin querer. Oído a la música.
La primera cosa que debo decir es
que cumplir cuarenta -los cumplí hace casi 4 años- y llegar a base cuatro, al
menos para mí fue de lo más normal. No duele, no arde y mucho menos pica y como
solo puedo hablar por lo que a mí me toca seguro que harta gente tendrá
muchísimas otras opiniones al respecto. En este caso, es lo que hay y es lo que
fue.
Entré a los cuarenta con el 50%
de mi familia mermada. Me refiero a mi familia más inmediata, la más cercana,
la más frecuente. Mis viejos, mi tía y
yo. Ahora, solo quedamos mamá y yo. Pero no fue solo eso. Mi transcurrir por los cuarenta me regaló otra
tremenda estocada al corazón, luego de la repentina muerte de mi hermana más
querida. Se supone que uno no debería
tener “hermanas más queridas” y debería quererlas a todas por igual pero
créanme, Lucy era y será por siempre mi hermana más querida.
Otro de los hermosos regalos de
los cuarenta, fue el corazón pisoteado y reventado luego de la que creí, la
última y más importante relación de mi vida tras casi nueve años. Cierto es que pasas por todo proceso conocido
como “duelo amoroso”.
Primero la tan mentada negación que no te deja
ver lo que es tan evidente y obvio que hasta José Feliciano se daría cuenta. Luego
la ira, la rabia…esa que hace que odies al mundo y a todos aquellos que son o
tienen la osadía de querer ser felices ¿cómo se atreven?
Luego llega la negociación y maquinamos una serie de teorías, una más
patética que la que la otra, intentando recuperar lo perdido. No nos cuadra lo
que ha pasado, y como existe una alta probabilidad de que “haya sido nuestra culpa”,
no tenemos mejor idea que escribir un correo tras otro, uno más estúpido y
penoso que el primero, llamar por teléfono millones de veces e incluso, llamar
y no hablar, dejar mensajes y una serie de cosas que según nosotros, lograrán
solucionarlo todo pero no, no, no. No
solucionan nada de nada.
Detrás de semejantes estupideces,
no encuentras mejor camino que el deprimirte y pasártela llorando por “quítame
esta paja” y lo único que pasa por tu cabeza es “jamás volveré a amar a nadie
como...” Ojalá existiera un tiempo
mínimo o máximo para esto pero no, porque, en palabras de Michael Corleone, “justo cuando creía que estaba fuera, me
vuelven a meter dentro”. Lo bueno es
que demora pero finalmente lo logras. Es
cuando llega la aceptación y entras en una especie de estado zen que te pone por
encima del bien y el mal. Te conviertes
en “consejera” de las desgracias amorosas de los demás.
Durante la vida, personas entrarán y saldrán y solo se quedarán las verdaderamente valiosas, aquellas sobre las que valdrá la pena incluso escribir.
Los cuarentas me regalaron una
serie de cosas increíblemente buenas y por las cuales puedo y debo estar
agradecida, amigas y amigos tan queridos algunos de los cuales curiosamente
conocí a través de twitter. No los
nombraré porque USTEDES SABEN QUIENES SON
y eso es todo lo que importa. Y lo que importa es que ellos saben las razones
que nos unieron, las cosas que compartimos, teníamos y tenemos en común y que
la verdadera amistad, está por encima de todo. A ellos les agradezco porque me ayudaron a
afrontar y superar uno de los momentos más difíciles de mi vida.
Formar mi propia empresa fue otro
hermoso regalo de los cuarentas que, casi cuatro años después, luego de sus más
y sus menos, ha madurado y tomado forma a base de muchísimo esfuerzo y
sacrificio y gracias a la confianza y el respeto de amigos, clientes y
proveedores. Yo amo mi profesión, amo mi
trabajo y me levanto feliz cada mañana sabiendo que lo que hago me sirve para
ser feliz, para hacer felices a otros y puedo vivir de ello.
Otra cosa que me regaló mi
ingreso a los cuarenta fue mis muy duramente bajados 16 kilos pero oh sorpresa,
los cuarenta y cuatro estuvieron a punto de devolvérmelos. Ah no, lo que se regala, no se devuelve así que
ni corta ni perezosa me encargué, en las pasadas nueve semanas, de combatir el
dichoso “extra weight” que estos años se dedicaron unilateral, arbitraria y sistemáticamente
a devolverme.
Todo por comer mis deliciosos
panes chapla con queso mantecoso, esos que mi herrrrrrmano Guido Muñiz me
reclamaba por antojarlo. La culpa fue de mis desayunos de salchicha de Huacho,
los ricos y sustanciosos almuerzos de mamá con todas sus maravillas culinarias,
los atracones de dulces “pal fin de semana”, los lonches navideños y almuerzos en
casa de Pili y claro, la vida sedentaria de trabajadora de oficina. Ahora corro
24 kilómetros semanales y pronto espero que sean 30 kilómetros, esa es mi
meta. Acabo de inscribirme en el gimnasio
luego de casi 5 años. Arranco en unos
días y espero volver a alcanzar esos 16 kilos menos que tanto esfuerzo me costó
perder.
Mención especial merece el hecho
que, desde que empecé la dieta y a bajar de peso, duermo como bebé recién
nacida. Algo que no me pasaba desde….desde recién nacida. Tenía problemas de
insomnio fre ga dos y si bien es
cierto, el sueño ligero sigo teniéndolo, me es mucho más sencillo conciliarlo
nuevamente y dormir de un solo round toda la noche. Eso antes era IMPOSIBLE.
Lo más importante de este relato
que a nadie le importa pero que a mi si me importa, es que incluso ante el peor
de los dolores, ante la más estrepitosa de las caídas y todas tus ganas de
tirar la toalla, siempre hay una luz al final del camino. Suena trillado y
cursi pero es verdad. Cuánto te demores
en llegar depende solo de ti.
Gracias década de los cuarenta y
tantos por lo bueno y también por lo malo porque gracias a eso me hice más
fuerte y no hay cosa que me proponga que no pueda lograr. Escuchaste bien, tu, tu y también tu, no hay
nada que no pueda lograr. No hay nada que tu no puedas lograr.