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jueves, 20 de noviembre de 2014

Ochenta Minutos con Ocrospoma



Llegué a Jesús María en diciembre de 1,977, meses  antes de cumplir ocho años.  Han pasado desde entonces 37 años, viviendo en el distrito que alberga muchos de mis recuerdos de infancia (porque el resto le pertenecen al colegio), donde conocí a muchos de los que hasta hoy son mis mejores amigos, donde aprendí mucho de lo que ahora sé, donde, como se suele decir, aprendí a tener “barrio” pero barrio del bueno, barrio bonito, barrio tranquilo, lleno de amigos y sus familias, barrio en el que dejabas la “bicla”  en la calle para entrar a tomar agua o a almorzar y al regresar la encontrabas donde la habías dejado. 

Son estas calles las que me vieron aprender a patinar, a montar bicicleta, a jugar baseball y fútbol, donde aprendí a bajar escaleras en bicicleta y a subir y bajar en las rampas del Conjunto Habitacional Angamos, conocido entre nosotros, los del barrio, como “La Unidad” o también en las de la “Resi”, a la que íbamos en caravanas de casi veinte bicicletas, en busca de la aventura de sentirnos grandes al ir solos y sin permiso a otro lugar. 

Las calles en las que jugué paletas, mata gente, kiwi y carnavales, las calles que con el pasar de los años sigo caminando y viendo cómo las antiguas casonas de ayer se van convirtiendo, de a pocos, en enormes edificios.  A pesar de todo, mis recuerdos siguen aquí.

Es sabido también que siempre he sido –y seré- una crítica constante de las gestiones municipales que, a mi juicio, solo salen a la calle en época de campaña, en busca de nuestros votos y que una vez llegan al poder, se olvidan que fueron elegidos por personas a las que representan y que necesitan y esperan ser escuchadas, tomadas en cuenta, que tienen inmensos aportes que hacer.

En ese orden de ideas saben también que siempre alcé -y alzaré- mi voz de protesta cuando vi que en el distrito las cosas andaban mal, sin necesidad de recurrir al insulto, intentando como vecina que tributa, ser escuchada, haciendo uso de los medios a mi alcance y disposición, en este caso, las redes sociales. Esas a las que las autoridades les deberían prestar un poco más de atención y usar más allá del auto bombo y la “foto para el recuerdo” junto a una placa o a un monumento o para escribir posts tipo “bot, cerrando sus muros o haciendo oídos sordos a la crítica y el reclamo”.

Hace dos días y de manera totalmente circunstancial, apareció en mi TL un tuit en el que estaba, entre otros, el alcalde Enrique Ocrospoma y en el que se hacía mención a temas de gestión municipal. Cabe resaltar que ya antes le había escrito al alcalde y que, curiosamente, además de él, me saltaba a la yugular un oportuno troll "huevo” cero seguidores y tres tuits en su haber, intentando atarantarme con sus insultos, cero argumentos y asquerosa y patética ayayería municipal.   

Son sabidas mis inmensas discrepancias con la actual gestión en temas concretos como seguridad ciudadana, ornato, mantenimiento de áreas verdes, mantenimiento de pistas y veredas, iluminación, tenencia de mascotas, etc., de manera que aproveché para, como siempre y con el mayor de los respetos, expresar mi inconformidad con la gestión.


Claro está que twitter y sus 140 caracteres no es que te den mucha opción para explayarte ni mucho menos  pero curiosamente el señor alcalde decidió responder y me mandó lo siguiente:  



Vamos por partes como diría Jack, el destripador. Primero: contrario a lo que decía y pensaba mi viejo, no soy oposición por el simple hecho de serlo. Soy oposición cuando veo que las cosas no se hacen bien, soy oposición con argumentos, con pruebas, con hechos, soy oposición con educación, con altura, con respeto porque creo que nos falta hablar más e insultar o calificar menos, nos falta dar la cara, como autoridades cuando las cosas no marchan bien, cuando nuestros votantes están descontentos, nos falta aceptar las críticas sin llamarlas “negatividad”, nos falta vivir menos en negación, nos falta dejar de llamarle a todo lo que anda mal “percepción”, nos falta comunicarnos mejor.  Segundo: es hora de un trabalenguas que dice así “La verdad que no es verdad, no es mi verdad ni su verdad. La verdad que no es verdad es mentira”. La cosa es simple, la verdad es una sola e indiscutible.

En este ir y venir de tuits que pueden checar en mi TL el alcalde Ocrospoma me “invitó” cordialmente a recorrer juntos el distrito, y obviamente eso implicaba escuchar mis reclamos, quejas, aportes y sugerencias y, de su parte, mostrarme las muchas obras que, según esto, se habían hecho en el distrito.  Es así que quedamos en reunirnos la mañana del jueves (hoy) en la cuadra en la que vivo desde hace 37 años.

Saben que la puntualidad para mí es un valor y debo decir que el alcalde llegó a cinco minutos para las 9 de la mañana.  Quiero mencionar que la única vez que vi al alcalde –y de lejos- fue cuando estaba en campaña por la reelección del período pasado cuando tocó las puertas de cada departamento de mi edificio, regalando “cajitas de fósforos” con su imagen.  Lo escuché, más que “lo vi” cuando tocó la puerta de mi casa y le entregó la dichosa cajita de fósforos a mi mamá.

Es así como arrancaron mis ochenta minutos con Ocrospoma. Empezamos a caminar rumbo al Campo de Marte y en el camino iban saliendo las preguntas, se iban dando las explicaciones, no todas satisfactorias, no todas contundentes pero explicaciones al fin.  Recordé que en los años ochenta, este inmenso parque se parecía más a un terral abandonado que a un pulmón verde de la ciudad….hasta los cubanos en sus carpas vivían ahí…hasta los leones de los circos estaban amarrados ahí…aunque ustedes no lo crean. 

Fue la alcaldesa Francisca “Paquita” Izquierdo quien lo recuperó y eso es algo que nunca olvidaré y fue su gestión la que erradicó a los ambulantes de los alrededores del mercado pero esa es harina de otro costal.  Si eres jesúsmariano o viviste aquí sabes de lo que hablo, sabes como era y sabes como es hoy. Ojo, con eso no estoy diciendo que es un parque perfecto y que está tal y cual a mi me encantaría que esté. De hecho le falta y mucho, sobre todo en temas de mantenimiento y limpieza. Como abogada del diablo diré que tiene más iluminación y hay que considerar que los recursos disponibles no son ingentes y hay también otras necesidades.

El recorrido continuó y con sorpresa pero también con algo de pena, debo reconocer que tomé conocimiento de las muchas acciones, obras y trabajo que se hace, por ejemplo, con personas con capacidades diferentes, con niños de escasos recursos, en promoción de actividades culturales como el teatro pero de las que casi nadie o muy pocos, seguramente conocen. 

Tuve la oportunidad de ingresar al centro cultural recientemente inaugurado, en convenio con el gobierno chino pero también me enteré que ahora, el Ministerio de Cultura quiere “hacerlo suyo”, una bonita manera de decir “apropiarse”, desconociendo no solo el acuerdo entre las partes sino el tiempo, esfuerzo, personal y recursos invertidos por la municipalidad. Es decir, antes no había nada más que un terral pero ahora que hay unas instalaciones envidiables, ahora sí, les tiramos “lente” y lo queremos.  A ver pues si nuestro electo pero no en funciones nuevo alcalde, Carlos Bringas, defiende los convenios y los derechos de los vecinos.

¿Por qué no conocemos de estas acciones? Supongo que porque, para variar, la comunicación apesta. Supongo que para las autoridades hay muchas otras cosas a las que considerar más importantes y dignas de relevar y difundir. Supongo que mucho del tiempo se pasa en levantar acusaciones, explicar denuncias, etc.  Todo el tiempo apagando incendios, tratando de resolver lo urgente mientras lo importante va quedando atrás.

Por alguna razón que nunca me he podido explicar, la frase de mi querido primer jefe, el General Luis Arias Graziani, siempre sale a relucir: “hay diferencia entre el fondo y la forma”. Seguramente las intenciones son muy buenas pero si las cosas se hacen saltando pasos y etapas, sin escuchar a los actores, a los probables afectados o beneficiados, sin buscar consensos el resultado es siempre el mismo: conflictos, denuncias, plantones, reclamos, insultos.  Me imagino que eso deben haber sentido los vecinos de la resi, los vecinos de los parques a los que les talaron árboles para cambiarlos por cemento, los vecinos del Campo de Marte cuando nos chantaron Mistura…y así.  

Quiero a este distrito porque es parte de mi vida,  porque creo que es así como deberíamos querer todos al lugar donde crecimos, al lugar donde vivimos. Quiero a este distrito y lo respeto y por eso, saco la basura a la hora indicada, no saco a mi perro para que deje todo sucio y si ensucia lo recojo y lo coloco en un tacho, no tiro basura o papeles en la calle o por las ventanas, no escupo, no pinto las paredes de casas ajenas, pago mis arbitrios puntualmente me revienta cuando la gente saca a su perro y no recoge la “caca” y me dan ganas de seguirlos y dejárselas en su puerta, me choca cuando se cuadran en lugares prohibidos, de emergencia o sobre la línea amarilla que significa PROHIBIDO ESTACIONAR y te miran con cara de ¿ahhh? cuando les reclamas.

Me revienta cuando destruyen los jardines, cuando no dejan trabajar ni al basurero ni al camión que pasa para regar, aturdiéndolos a bocinazo limpio, cuando taxistas o peatones orinan en la calle o en los árboles y hacen de la vía pública una urinario al aire libre pero también me mata cuando las áreas verdes se van muriendo lentamente por falta de mantenimiento, por falta de agua, cuando talan los árboles sin criterio eliminando las ramas que, en el futuro, darán sombra y aire, cuando las calles están sucias, cuando te arranchan el celular o la cartera y no hay un sereno o cuando los llamas en la madrugada y nunca llegan.  Me duelen e indignan ambas indiferencias, la de la autoridad y la del vecino. Me duele la falta de cultura, de educación. Sin educación no somos nada.

A mis amigos, a mis vecinos, no he dejado de ser oposición ni me he convertido en una “Ocrospomaliever” de la noche a la mañana.  Sigo teniendo claras las muchas cosas que no se hicieron, las que faltan, las que no se debieron hacer, las que se hicieron mal pero ahora conozco aquellas de las que nadie nos habló, ahora conozco la versión de parte en la voz de su principal actor.  Ochenta minutos con Ocrospoma no van a cambiar el destino ni la realidad del distrito pero si me sirvieron para hacerme escuchar, para dar la cara como vecina más allá de una cuenta de twitter tras un teclado, más allá del insulto.

Me gustaría que más de ustedes ejerzan su derecho a ser escuchados, que levanten su voz, hablando alto pero con respeto, hablando alto y con argumentos y acerca de hechos concretos y tangibles, exigiendo aquello que sabemos y consideramos que las autoridades deben y tienen que hacer porque para eso fueron elegidas, porque no es un favor, porque es su deber, porque fueron elegidas para servir.

Finalmente reitero aquí, el pedido final que le hice al alcalde Ocrospoma, “así como yo, hay muchísimos más vecinos que seguramente esperaron, en estos ocho años, la posibilidad de hablar con usted, no en una oficina, los miércoles de 8:00 a.m. a 9:00 a.m., sino de verlo cara a cara para recorrer su barrio, su cuadra y expresar de manera personal y directa, sus reclamos, sus quejas, sus frustraciones pero también sus aportes y sus sugerencias.  Seguramente ellos valorarían el gesto y no olvidarían que, por unos minutos, su voz fue escuchada. Lamento no haber tenido oportunidad de que esto sucediera antes, cuando aun había tiempo de corregir, de subsanar, de mejorar, cuando se podían convertir las debilidades en fortalezas y las amenazas en oportunidades, aceptando sin miedo, los errores.  

Dar la cara no es tan malo, no hace daño, dar la cara dice más de lo que uno cree y aceptar que no se es perfecto, que se cometen errores y tener el valor de escucharlo de boca de los que critican, denuncian y se quejan nos permite salir de nuestro pequeño entorno y ver más allá de lo evidente.