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miércoles, 28 de septiembre de 2011

El valor de la honorabilidad


Mi padre, Carlos, era un hombre que entre otras muchas cosas, se sentía orgulloso de su origen familiar y de su apellido. Provenía de una familia tradicional Limeña que, para principios del siglo XX, ya tenía en su haber héroes de guerra, precursores de la independencia, Presidentes de la república, fundadores de organismos de ayuda humanitaria, empresarios trabajadores y exitosos, luchadores, padres de familia, hijos y hermanos; personas de bien que en más de una oportunidad, renunciaron a lo material por el bien de muchos.
Mi padre fue criado en un hogar de clase media construido gracias al esfuerzo de su padre, quien inteligentemente fue creando su propio patrimonio en base a esfuerzo, sacrificio, trabajo honesto y mucha dedicación.  En función a la época en la que nació y creció fue formado con mucha rigidez y afecto pero sobre todo con valores muy marcados como el del respeto, la honradez y la honorabilidad.
Mi padre me enseño que siempre debía respetar y honrar el nombre y los apellidos que él y mi madre me dieron porque sobre mi recaía la responsabilidad de continuar con un legado, por cierto, más que difícil de superar o siquiera igualar.   “lo único que tienes es tu nombre y tu apellido y con lo único que te vas a morir es con ese nombre y ese apellido” decía siempre mi padre.
Y es que hoy –con mucha pena y hasta vergüenza- el valor de ser honorable parece haberse perdido entre una avalancha de reacciones, acciones y actitudes que responden a diversos estímulos internos y externos cuyos resultados hoy, coyunturalmente, saltan a la vista.  Mi padre, Carlos Roca Madaz no está más a mi lado, partió hace dos años y si bien es cierto no está físicamente a mi lado, su recuerdo, su presencia, sus enseñanzas y los valores que me inculcó estarán siempre conmigo porque la única herencia que me dejó mi padre es la honorabilidad.