Mi padre fue criado en un hogar de clase media construido gracias al esfuerzo de su padre, quien inteligentemente fue creando su propio patrimonio en base a esfuerzo, sacrificio, trabajo honesto y mucha dedicación. En función a la época en la que nació y creció fue formado con mucha rigidez y afecto pero sobre todo con valores muy marcados como el del respeto, la honradez y la honorabilidad.
Mi padre me enseño que siempre debía respetar y honrar el nombre y los apellidos que él y mi madre me dieron porque sobre mi recaía la responsabilidad de continuar con un legado, por cierto, más que difícil de superar o siquiera igualar. “lo único que tienes es tu nombre y tu apellido y con lo único que te vas a morir es con ese nombre y ese apellido” decía siempre mi padre.
Y es que hoy –con mucha pena y hasta vergüenza- el valor de ser honorable parece haberse perdido entre una avalancha de reacciones, acciones y actitudes que responden a diversos estímulos internos y externos cuyos resultados hoy, coyunturalmente, saltan a la vista. Mi padre, Carlos Roca Madaz no está más a mi lado, partió hace dos años y si bien es cierto no está físicamente a mi lado, su recuerdo, su presencia, sus enseñanzas y los valores que me inculcó estarán siempre conmigo porque la única herencia que me dejó mi padre es la honorabilidad.
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