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lunes, 2 de mayo de 2011

EL VIRUS DE LA INTOLERANCIA


En un sentido social, la intolerancia es la ausencia de tolerancia acerca de los puntos de vista de otras personas, de su actuar, de su sentir, de su proceder, ante la forma de vivir, creer e incluso amar. Comprende un significado muchísimo más amplio y abierto para la interpretación debido a la larga lista de definiciones que existen para esta idea. En este último sentido, la intolerancia resulta ser cualquier actitud irrespetuosa hacia opiniones o características que difieran de las propias.

En este contexto, hoy vivimos en un total y absoluto estado de intolerancia que se refleja en las más simples y sencillas acciones del día a día de los habitantes de nuestra ciudad pero que, irónicamente, se “esfuma” cuando de temas de verdadera trascendencia e importancia se refiere, cuando de ello depende el futuro de los habitantes de una ciudad, de un país afectando su salud, su futuro, su seguridad, su educación o incluso la de sus hijos.

Veamos entonces de que simples, pero absurdas, maneras se puede manifestar el virus de la intolerancia humana. “Un lunes cualquiera señor Vallejo”, una esquina cualquiera, luz roja, detenidos frente a un semáforo. Minutos más, minutos menos, la luz cambia a verde y una fracción de segundo después, cuando ni siquiera hemos terminado de soltar el freno, pisar el embrague, hacer el cambio y acelerar -lo que no toma ni un segundo- más de un conductor “intolerante” estremece nuestros oídos con su escandalosa bocina para que arranquemos, o mejor dicho, volemos en nuestros “automóviles alados” para que ellos puedan circular a la velocidad del rayo por haber salido tarde de sus casas o por llevar a un pasajero más que apurado que les exige ir más rápido.

De repente las escandalosas bocinas se multiplican, su ruido se hace insoportable, interminable y prácticamente enloquecedor; nos sorprende en medio del tráfico y en uno de los últimos lugares de una larga fila de autos, bajamos el cristal para ver que pasa más adelante, no lo logramos, abrimos entonces la puerta y descendemos para entender a que se debe tanto alboroto y vemos que se trata del camión de la basura que ha cometido el imperdonable pecado de, valga la redundancia, “recoger la basura” y retrasar a los conductores durante dos minutos, lo que seguramente, será la diferencia entre la vida y la muerte para los alborotados, agitados y enojados conductores generándoles consecuencias que seguramente van más allá de nuestro mortal entendimiento.

Diez de la noche, se repite la escena anterior, las bocinas, el ruido, el tráfico, la larga fila de autos. Esta vez llegan hasta los insultos e incluso casi a los golpes. Decidimos bajarnos del auto para ver qué pasa, se trata de otro camión, pero esta vez, el camión cisterna y, horror, está regando las áreas verdes una calle cualquiera de un distrito cualquiera. Para los mismos agitados e intolerantes conductores, casi un pecado mortal que está por dejar aturdidos y casi sordos a los vecinos de la cuadra, casi secas y quemadas, a las pobres áreas verdes que al final no pudieron ser regadas adecuadamente y probablemente abollada la puerta del camión o quién sabe si algo peor. Curioso porque no se trata de horarios, la reacción de los conductores es la misma si la labor municipal es realizada en la mañana, en la tarde, en la noche o incluso de madrugada ¿no es absurda su intolerancia?

Si, efectivamente, hay algunos pequeños cambios y sencillos procedimientos que podrían ahorrar más de un dolor de cabeza, a los vecinos, a los peatones, a los conductores e incluso a usted mismo, pero ¿no podríamos acaso ser un poco más tolerantes? ¿No podríamos tomar las cosas con un poco mas de calma y tranquilidad?
Lo más irónico de todo es que cuando se trata del destape de escándalos de corrupción en el ámbito político, de crueles asesinatos a niños, ancianos, madres o policías pasamos de la absurda e inexplicable tolerancia al permisivismo infame que se ha convertido en los últimos tiempos en una reacción casi patológica. Tomémonos un minuto para respirar, para pensar, para entender.

Dejemos la intolerancia para la lactosa, dejémosla guardada en un cajón especial y permitámosle salir cuando los políticos hacen lo que les viene en gana con el dinero del estado, cuando la roba luz, el come pollo, el plancha camisas, el mata perros y la lava pies se presenten a la re elección y no obtengan nuestro voto o cuando a casi tres años del terremoto de Pisco casi nada ha cambiado. Los ejemplos son interminables pero la idea queda completamente aclarada y sepamos cuando y cuando no ejercer nuestra intolerancia.

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