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viernes, 24 de febrero de 2012

Gringa si, de “M…” ¡ni hablar!


Esta mañana medité mucho antes de escribir este post pero al final decidí hacerlo ya más calmada, luego de una reparadora ducha, una botella helada de Gatorade y claro, luego de un rico desayuno.  Esta mañana, como cualquier otra mañana entre semana salí a correr al Campo de Marte que está a una cuadra y media de mi casa.  Mi rutina habitual empieza acompañando a mi mamá hasta la zona central, donde se ubica el Monumento a los Caídos donde se reúne su profesor y su grupo de Tai-Chí.  
Para empezar mal la mañana encuentro un segundo árbol talado, convertido en leña y ramas –ayer fue el primero- que aún estaba lleno de vida, igual que el primero, a pesar de sus muchos años de albergar y generar mas vida, dar sombra y ofrecer frescura a cuantas personas han pasado debajo de ellos. 

La indignación del día anterior regresó obviamente, así que procedí a tomar con mi celular las fotos de ley para enviarlas a la cuenta de twitter y Facebook de la Municipalidad de Jesús María, a la que poco o nada le importará mi denuncia o la de los vecinos que por ahí pasaban, mirando con tristeza lo ocurrido.  “están matando vida” decían.

Continuamos nuestro camino. Mi mamá llegó a su destino y me despedí de ella para volver una hora después.  Era mi turno de sufrir corriendo, por segundo día, durante una hora, con el cuerpo y las piernas adoloridas por no haber salido durante dos semanas.  Ese es el precio que se paga por dejar de hacer ejercicios, empieza todo de nuevo.

Como no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague terminé mi rutina diaria de aproximadamente tres vueltas al Campo de Marte y cuando iba ya de regreso por mi mamá, estaban, en una banca a más o menos 20 metros del camino por donde me dirigía a darle el encuentro, dos jóvenes a los que no podía ver con claridad.  Lo que si podía era escuchar perfectamente sus comentarios que más que eso eran alaridos seguidos de risotadas y el clásico aplauso pacharaco que acompaña este tipo de conductas.

Delante de mí iba una señora joven a la que le pareció mejor hacer oídos sordos a los desagradables y faltosos comentarios de estos dos “patitas valientes”.  Yo venía más o menos a 10 metros detrás de la señora, ella solo volteó, los miró y siguió su camino acelerando el paso.  Lamentablemente yo, no estaba dispuesta a ignorar a nadie ni a acelerar el paso para perderme en la distancia, menos luego de haber tenido que soportar, por segundo día consecutivo, la tala de un otro árbol y con la ira contenida que no tuvo por donde o como salir.

Aparentemente el  “happy cigarette” que compartían no los ayudó mucho a callarse la boca.  A la distancia escuchaba que lo que decían era conmigo y por un instante pensé en seguir caminando sin hacerles caso, lamentablemente, lo hicieron en esos cinco minutos donde te desconoces y no respondes de ti, como dice mi mamá, se te sale “el indio”. Yo volteé a mirarlos y estaba clarísimo y comprobado que era conmigo y que no solo el agregado “… de M” se lo atribuyen en nuestro país a los cholos, los chinos o los negros, no, no es así, también es para las gringas.  

Podía haberlos ignorado, lo sé pero no pues, no me dio la gana de ignorarlos y no me dio la gana de seguir de largo y acelerar el paso. Por el contrario, le respondí mirando hacia donde estaban sentados pero continuando por mi camino disminuyendo la velocidad de mis pasos, que si eran tan valientes vinieran a donde yo estaba y me lo repitieran.  Para ser correctos en el relato, debo decir que solo uno de ellos era el que generaba todo el desorden y el problema, su amigo solo aplaudía y se reía…en fin.

Hay que se bien patético para ensayar el insulto traducido al inglés cuando ni inglés hablas siendo yo más peruana que la papa aunque el tamaño, el tipo o la falta de melanina no ayuden a que eso quede claro para cualquiera.  Es evidente que el “patita valiente” solo atinó a responderme “ven pe”, “si quieres venir, ven pe”.  Simplemente lo miré y le dije que me daba pena, que aprendiera modales, ingles también, por supuesto y que regresara por donde había venido porque estaba segura que “del barrio” no era por lo atrevido e insolente.  Luego de 30 años de vivir en el mismo lugar uno logra desarrollar la capacidad de conocer, personalmente o de vista, a casi todas las personas que viven a sus alrededores y, en este caso, a los usuarios del Campo Marte que casi siempre son los mismos.

En ese momento seguí mi camino y tres pasos más allá no tuvo mejor idea que replicarme diciendo “ándate a tu casa oe”que te has creído, gringa de m…” Lo siento pero el ser gringa o mujer no me hace ser ni muda, ni manca, ni coja, como dice mi amiga y colega Alicia Echegaray. Mi viejo, que en paz descanse, me dijo un día: “flaca, tú no tienes hermanos y un día no vamos a estar ni tu mamá ni yo así que tú tienes que aprender a defenderte sola”.  Yo, ni corta ni perezosa giré sobre mi propio eje y me fui directo donde este “achorado”.

Mientras me acercaba el trataba de disuadirme de que lo hiciera con sus arrebatos mezcla de una vulgar y mala imitación de Mario Broncano y negro “canebo” pero yo estaba decidida y de ninguna manera me iba a echar para atrás, eso jamás.  Cuando llegué su amigo se quedó sentado mirándome y diciendo: “disculpe señora, ya pasó, disculpe ya nos vamos”, claro está que este achorado y por demás bruto no tenía intención alguna de pedir disculpas y callarse, por el contrario empezó a hablar alzando la voz con ese tonete de “achori” de barrio bravo, medio cantadito y moviendo las manos como rapero  en plena acción. 

Debo confesar que una de las cosas que más acostumbro a hacer y de las que más disfruto es a tratar de hablar, de dialogar, no de responder gritos con gritos o insultos con insultos y menos usar la violencia física así que fue eso lo que, con una voz calmada, traté de hacer con este muchacho, fortachón él, un poco más bajo que yo, lleno de tatuajes en los brazos y con el polo levantado como si con eso me fuese a asustar.  Con mucha calma y hablándole de usted, le dije que tratara de ser más correcto, que no estaba bien insultar a las personas, sean mujeres, hombres o personas mayores, que no estaba bien insultar a nadie, le pregunté si esa era la educación que su madre le había dado en casa, que si así trataba a su mamá y si era así como se comportaba siempre, le pregunté si la raza le causaba algún tipo de complejo, quizá de absurda inferioridad, que en el Perú, el que no tiene de inga tiene de mandinga y que mucho menos estaba bien venir a casa ajena, a otro barrio, y comportarse como un perfecto patán. 

Me queda claro que dije algunas otras cosas más pero todas de ese corte y con el mismo tono de voz.  Su reacción fue alzar más la voz, tratar de “pecharme” y empezar a balbucear una serie de cosas que, valgan verdades, no le podía entender. ¡Cálmate! lo corté, no te entiendo nada, vocaliza, háblame claro y no me grites que estoy lo suficientemente cerca como para escucharte…podría jurar que escuché un sonido que provenía de su cabeza, y tengo la impresión que algunas de las neuronas que le quedaban murieron en ese mismo instante.  Se quedó callado, no sabía que decirme, miró a su amigo, me volvió a mirar, se bajo el polo, se dio la vuelta y empezó a caminar en dirección a donde estaba su amigo, más o menos a tres o cuatro pasos de donde nosotros “hablábamos” (yo hablaba, el gritaba). 

Su amigo me miró y repitió “disculpe señora, disculpe” y empezaron a caminar rumbo a la pista paralela a la Av. Salaverry que actualmente se encuentra cerrada al tráfico vehicular.  Yo los miré, sonreí y me di la media vuelta para retomar mi camino.  Cuando ya estaban a punto de llegar a la pista escucho la voz del “achorado” gritando:”la próxima vez no te corras pe…no te digo nada porque eres mujer, domas…” La verdad que esta vez me causó mucha risa, volteé a mirarlos, moví la cabeza y seguí mi camino.

Antes de llegar a la zona central del Campo de Marte me crucé con un señor de unos 70 años que aparentemente había sido testigo de esta hermosa escena y me dice: “señorita, porque no llamó al Serenazgo que está ahí”, señalándome con el dedo la zona central del parque. No señor le dije, gracias a Dios, mi papá me enseñó a defenderme sola y el Serenazgo al que hace usted referencia tiene orden del Alcalde Occrospoma de cuidar el Monumento a los Caídos para que no se lo vayan a robar ¿?  

Ay señorita, -dijo el señor- que gente tan malcriada y grosera, vienen de otros lugares a “fumar” aquí y el Serenazgo no hace o dice nada, que barbaridad, a lo que hemos llegado.  Así es señor, pero no se preocupe, ya pasó, ya se fueron y la vida sigue.  El señor siguió su rumbo y yo por supuesto el mío.  De más está decir que de esto no le dije ni una palabra a mi mamá que luego de ponerse nerviosa y subírsele la presión emotiva al cielo me hubiera casi, casi, jalado de las mechas diciendo que no tiene sentido contestarle a gente así o menos exponerse.  Si pues, mamita, en eso estamos de acuerdo pero esta vez me agarraron en esos cinco minutos en los que no piensas y solo actúas.   ¡Gringa si, de M… ni hablar!   


1 comentario:

  1. Me encantaría saber porque lo comentarios no aparecen....

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