Conversaba ayer en la tarde con una gran amiga, se podría decir que es mi segunda madre. Nos conocimos hace 17 años cuando yo trabajaba en el Jockey Club del Perú. A ella, a su esposo, que es también como mi padre, los quiero mucho, no de ahora, sino desde siempre. Su familia es prácticamente mi familia, sus hermanos mis tíos, sus hijos mis hermanos, sus nueras mis cuñadas, sus nietos mis sobrinos y así.
En todos estos años se han construido, alrededor de esta inquebrantable amistad y relación casi familiar, muchas otras relaciones de amistad, probablemente no de la misma importancia pero si de cierta relevancia. Ayer conversábamos sobre eso, sobre la amistad, la lealtad, sobre como cuando las cosas no están tan bien, muchos a quienes pensábamos amigos desaparecen del escenario como si les fuera a contagiar algún mal incurable, de cómo empieza a desarrollarse en ellos o la memoria selectiva o una conveniente amnesia sobre esa amistad que se suponía verdadera.
Hablábamos de cómo la gente no es agradecida, de cómo no es capaz de cumplir con la palabra empeñada, de cómo es incapaz de reconocer las cosas buenas, los gestos, la mano de ayuda y no es que uno haga algo esperando recibir a cambio pero si, sería lindo, saber que la gente tiene siempre claras y presentes las cosas y de cómo es capaz de percibir y darse cuenta que los amigos en situaciones difíciles no te buscan para pedirte dinero o trabajo, te necesitan para que los escuches, para hacerles sentir que no están solos y que les importas, que te importa lo que les sucede, lo que sienten, lo que temen, lo que les angustia y les aflige. Que no necesitan caminar con un letrero que diga: estoy mal. Deberíamos tener esa capacidad de darnos cuenta de cuando somos necesarios aunque no nos lo digan con palabras.
Hablábamos también de cómo, cuando las cosas van bien, aparecen alrededor, amigos que ni siquiera sabías que tenías y que maravillosamente están pendientes de ti, de lo que haces, de lo que comes, de dónde vas, de donde estás y entonces te visitan y te llaman aún cuando tú no quieres ser visitado o llamado.
Con mis segundos padres hemos pasado muchas cosas, vivido situaciones de las más diversas, pasado malos, muy malos y buenos y muy buenos tiempos y en todos ellos hemos estado siempre unidos, quizá no con la frecuencia de años anteriores pero si siempre en contacto y afecto. Trato de no ser de esas personas que te hastían, que te cansan, que te aburren, que están todo el tiempo sobre ti. Intento más bien alejarme ciertos lapsos de tiempo que permitan tener cosas de que hablar, cosas que contar y que compartir porque como dice mi papá Jorge: “a ustedes nos les gusta el chisme pero las entretiene” y si pues, siempre entretiene conversar, reírse un poco, salir de la rutina y olvidar por un buen rato los problemas que estarán ahí cuando regreses a la rutina del día a día.
A ella le debo ser fiel creyente en San Judas Tadeo. En el año 2002 me llevó a la Iglesia San Francisco en Lima, donde está su altar y se le venera los días 28 de cada mes. Ayer fue 28, ayer, en momentos distintos fuimos a rezarle, como lo hacemos cada 28, yo desde el 2002, ella desde muchos años atrás. Por esos tiempos yo estaba pasando por un momento muy difícil, había pasado poco más de un año sin conseguir trabajo de manera que la angustia, la desesperación y la depresión me estaban arrinconando. Un día mientras estábamos en su casa me dice: vamos gringa, yo siempre la he acompañado, siempre hemos sido un poco amigas, un poco madre e hija así que la acompañé sin saber a dónde. En el camino me dijo: “vamos a San Judas”. Debo confesar que yo no sabía quién era San Judas, me considero católica pero no fanática y San Judas no estaba en mi repertorio de santos conocidos. Cuando llegamos lo primero que hice fue decirle: a mí “ni San Judas me salva”. Ella me respondió, tienes que creer gringa, tienes que pedir con fe y vas a ver que te va a ayudar.
La verdad que en situaciones como la que yo estaba pasando, mucho que perder no tenía de modo que la acompañé a hacer el recorrido que hasta hoy hago cada 28 y en cada parada no podía más que llorar. No sé como explicarlo, si las lágrimas eran producto de la desesperación o de la sensación de sobrecogimiento que me causaba estar ahí. Lo importante es que pedí y pedí con mucha fe porque la fe era lo único que me quedaba y no podía resignarme a perderla. Al salir me compró un detente (ahí aprendí que la estampa o el detente o la imagen deben ser regaladas y no compradas por uno mismo) y una imagen del tamaño de una hoja de papel bond que mandó a enmarcar ese mismo día. Cuando me las dio dijo, pon esta imagen en la cabecera de tu cama y el detente llévalo siempre contigo vas a ver que en unos días el deseo que has pedido se te va a cumplir.
Debo decir que tenía fe pero también cierto escepticismo porque nunca me había visto en una situación así. La versión resumida de esta parte de la historia de mi vida es que el domingo siguiente recibí una llamada telefónica que terminó, en el noveno día de mi deseo, con el trabajo que tanto esperaba y necesitaba. Como no creer entonces después de semejante revelación. Son 10 años ya desde que eso pasó y cada 28 estoy ahí, agradeciéndole y pidiéndole que nunca deje de darme fuerzas para seguir luchando y conseguir aquello que quiero, que no me deje perder la fe, pidiéndole por salud y tranquilidad para mi madre, para mi familia, para mis amigos, para esos amigos que desde siempre y a pesar de todo han estado y están conmigo. Sigo conservando y usando el mismo detente que mi amiga y madre me regaló y la imagen sigue estando en la cabecera de mi cama.
Muchos días 28 nos hemos encontrado, con ella, con mis hermanos, con mis cuñadas. Ayer coincidió en que era 28 y a pesar de que estuvimos en San Judas casi a la misma hora no nos vimos pero como así se dan las cosas, lo hicimos a la hora de almuerzo en su casa, donde pasé la tarde hablando de la vida y de los amigos. Hay gente que no cambia, que es como es y que a pesar de las apariencias es ingrata, mal agradecida y a veces hasta egoísta pero hay otra que a pesar de los años, de la distancia, de cuanto más pueda o no tener, de su mala o buena situación es exactamente la misma que conociste teniendo nada, teniendo poco o teniendo mucho.
Valoro mucho no solo la amistad sincera sino la lealtad y el agradecimiento desde y hacia aquellas personas que de verdad lo merecen, personas que han pasado miles de problemas, carencias o por el contrario no padecen de ninguno de esos “males” pero que los años no han cambiado en lo más mínimo, quizá unos kilos de más o de menos, quizá una que otra arruga o achaque pero, en esencia, las misma personas de siempre, fieles a sus afectos, a sus amistades, a sus valores y a los recuerdos que los unen. Sabes que tu amistad y tu cariño los valoro, los aprecio y los tengo siempre presentes a pesar que nunca llegues a leer este post.
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