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domingo, 17 de junio de 2012

Carlos y el Día del Padre


Mi viejito nos dejó un 26 de setiembre del año 2009, poco antes de cumplir los 84 años.  A pesar de lo triste de su enfermedad, sus últimos días los pasó prácticamente dormido y sus últimas horas y minutos las pasó en paz. 

Recuerdo que Anita Lapa –su adorada y engreída enfermera- se acercó a mi cuarto, yo estaba avanzando mi tesis, y me dijo, Sandrita, ya es hora de que te despidas de tu papá. Yo como una autómata me puse de pié y me dirigí a su cuarto que está al lado del mío.  

Me acerque a la cabecera de su cama clínica, le di un beso en la frente y le dije “perdóname viejo porque quizá yo no fui la hija que tu hubieras querido tener y te perdono porque quizá tu no fuiste todo lo que yo esperaba de un papá pero fuimos lo que nos tocó.  Descansa tranquilo porque yo voy a cuidar a mi mamá.  A donde vayas no te olvides de nosotras que nosotras nunca te olvidaremos”.  Minutos después el solo dejó de respirar.

Nunca he creído en los clichés del día de la madre o del padre porque para mí todos los días hacen merecedores a los padres y madres de afecto, amor, respeto y atención incondicional.  Más de una vez he contado que mi relación con mi padre siempre fue muy complicada, éramos de dos mundos distintos, de dos épocas distintas, el veía la vida de una manera distinta a la mía pero eso jamás significó que no lo quisiera.


Sé que él me adoraba, nunca me lo dijo pero yo lo sé porque todo lo que hacía me lo demostraba. De él heredé no solo mi apellido sino el tamaño, la voz, del carácter, el orgullo, el amor al futbol, lo contestataria y seguramente una infinidad de defectos que quienes me conocen seguro han podido detectar.

A pesar de los casi tres años que no estás físicamente entre nosotros, no he dejado de sentir tu presencia cada día, cada noche, cada domingo a la hora de desayuno o almuerzo.  Sé que en medio de mis desvelos e insomnios apareces para ayudarme a dormir y en medio de mis pesadillas apareces para poner tu mano en mi espalda y sacarme de esa angustia.  Tengo millones de razones para  quererte y agradecerte pero por sobre todo, porque gracias a ti existo y estoy aquí.  Como cada domingo encenderé una vela celeste por ti. ¡¡¡Feliz Día Zambito!!!

4 comentarios:

  1. conmovedor, gringa querida. Se siente raro... hay algo que siempre está ahí. No todas las heridas cicactrizan.
    Besos
    mauricio

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  2. Así es, es una herida que nunca cicatriza y solo nos queda aprender a vivir con ella, a sobrellevar su ausencia y el dolor y la tristeza que nos causa.

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  3. te felicito prima es muy hermoso lo que expresas el estara siempre en tu corazon te admiro por esas frases tan bellas

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